¿Qué nos preocupa a los profesores?
No sé si te has preguntado alguna vez qué pasa por la mente de tus profesores, qué les preocupa. Naturalmente, no puedo hablar a nombre de todos: no existen “los” profesores, como si fueran un grupo perfectamente homogéneo.
Sin embargo, te puedo hablar de los profesores que conozco, gente que pertenece a muy diversas universidades y disciplinas, que presentan algunos rasgos comunes: se interesan por sus alumnos, transmiten entusiasmo, quieren hacer bien las cosas y tienen preocupaciones semejantes.
Una inquietud básica está dada por el deterioro de la educación media. La palpamos todos los días. Aquí influyen ciertos actores circunstanciales: la pandemia repercutió negativamente en la capacidad de los alumnos de leer, escribir o realizar operaciones matemáticas más complejas.
Con todo, hay también causas más profundas: nuestra deficiente educación es el fruto amargo de ciertas teorías pedagógicas que se han impuesto en Occidente en las últimas décadas. Ellas debilitan la figura del profesor, endiosan al alumno, y desprecian un tipo de educación que en Chile tuvo como resultado nada menos que a personas como Pedro Aguirre Cerda o Gabriela Mistral. Uno podía ser de izquierda o derecha, agnóstico o creyente, pero cuando salía del colegio sabía hablar, leer y escribir con corrección. Mi abuela nunca fue a la universidad y redactaba realmente bien, para mis cumpleaños me mandaba por carta unas poesías llenas de humor y, como de paso, de algunas enseñanzas sabias.
Es verdad que en esa época la educación estaba reservada sólo a una parte de la población, los que accedían a los liceos a los colegios privados, pero el caso europeo durante el siglo XX, o el de muchos países asiáticos hoy, nos muestra que es posible instruir bien a una población muy numerosa.
El deterioro de la enseñanza básica y mediano tiene que ver con el número de alumnos, sino con la forma en que se entiende la educación misma. Daniel Mansuy acaba de publicar un libro sobre el tema (Enseñar entre iguales. La educación en tiempos democráticos) donde se describen las raíces intelectuales de este proceso de devaluación del quehacer educativo.
No es una obra que añora un pasado ideal, sino la descripción de itinerario intelectual que ha llevado a que nunca hayamos invertido tanto dinero público en educación y, sin embargo, ella sea cada vez peor.
El problema, con todo, no reside sólo en que nuestros alumnos llegan con serias fallas que a nosotros nos toca remediar en la universidad, sino que por la forma errónea en que han sido educados muchas veces no son conscientes de que necesitan entrar al quirófano y sufrir una serie de operaciones que pueden resultar dolorosas si de veras queremos curar esas deficiencias.
'Un amigo me contaba hace unos días su experiencia docente con jóvenes universitarios que están en una situación vulnerable: “Probablemente soy el primer adulto en su vida que les dice que “no”. Veo que quedan muy desconcertados cuando no accedo a sus peticiones. Ni siquiera se enojan: simplemente quedan perplejos”.
Además, hoy los colegios tienen que enseñar cosas que antes se aprendían en la casa; a su vez, las universidades se ven forzadas a suplir lo que no consiguió el colegio, y las empresas han de llenarlos vacíos que dejó la educación universitaria. Esto, naturalmente, te afecta de forma muy directa, porque en este proceso de remiendos parciales tu formación resulta afectada.
¿Se puede remediar estos vacíos? Sí, pero con un esfuerzo especial de profesores y alumnos. Tienes que estar dispuesto a que te exijan más y nosotros a abandonar cualquier actitud demagógica.
También nos inquieta a los profesores la soledad de nuestros alumnos. A veces nos da la impresión de que nadie se preocupa de ellos. Tienen pocos amigos de verdad; sus papás trabajan todo el día; muchos académicos parecen tener cosas más importantes que hacer que dedicarse a los estudiantes, y en este escenario de soledad la tentación de refugiarse en las pantallas es enorme.
Pero ninguna pantalla los preparará para la vida ni les enseñará las cosas realmente importantes. ¿Podemos llenar este vacío? ¿Nos corresponde? ¿Qué debemos hacer? Estas son las preguntas que muchos profesores tenemos en mente.
Escrito por Joaquín García-Hiudobro
Académico de la Facultad de Filosofía y Humanidades
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